El nacimiento del monacato cristiano: Enzo Bianchi y Gabriella Caramore.

sábado, 4 de agosto de 2012 22:03 By Territorios y Tesoros , In , , , , , , , , ,

Enzo Bianchi y Gabriella Caramore.


"No se trata de huir de un mundo donde pululan multitud de seres, para encerrarse en islas amuralladas donde sólo florecen la aridez y la soberbia, sino de intentar dar respuesta a una religión que, asumida como bandera del imperio, se traduce en un vacío de simulacro del poder. No se trata de dejar pasar el tiempo para evadirse de las dinámicas que lo recorren y de las contradicciones que lo amenazan, sino de la nostalgia  -dolor por el deseo del retorno- de la vibrante Palabra de los orígenes, la que llama a transformar la vida, a convertir a los corazones, a amar verdaderamente al mundo, creado por Dios, y no a su máscara mundana. Es así como el monacato cristiano nace y se consolida como un fenómeno estructurado en el transcurso del siglo IV de nuestra era. Después de la paz de Constantino, hombres y mujeres "enfrentados al nuevo orden de la Iglesia, que confundía su fe, su práctica de seguir a Cristo con una especie de cultura del Imperio, dejan las ciudades y se van al desierto, donde el César no reina ni puede llegar hasta ellos, y empiezan a vivir según el Evangelio". Éste ha sido en los siglos cristianos la razón y el objetivo de la vida monástica.

La visión secular se ha imaginado y representado muchas veces el fenómeno monástico como de una inmovilidad petrificada, sin embargo, éste vibra con intensísima movilidad y fuerte dinamismo. En primer lugar, tiene un dinamismo espacial, no sólo por ser un movimiento de éxodo de las ciudades al desierto, de los centros de poder a los márgenes de una vida asociada, sino también porque cada celda, cada convento, se convierte en un lugar en donde se quiere dar casa y acogida, pero más aún, si no es excesivo, de "encarnación" a la Palabra revelada. También tiene un dinamismo temporal porque, si por un lado estas primeras formas hacen revivir anteriores herencias que afloran de algunas corrientes del judaísmo y que, más profundamente todavía, parecen activar en la memoria rastros de un antiguo y difundido fenómeno en los distintos rincones de la tierra, por otro miran hacia el horizonte escatológico en donde está inserta su fe, esperando y edificando al mismo tiempo la construcción del Reino".

"Por nacimiento -escribía Enzo Bianchi en Il mantelo di Elia- no somos más que idólatras, pecadores. Ninguno ha cortado el cordón umbilical que nos vincula a una raza de desobedientes, de ciegos de nacimiento incapaces de ver la luz". La conclusión es que a todos los seres humanos, creyentes y no creyentes, cristianos y no cristianos, religiosos y no religiosos, buenos y malos, "a todos tiene el Señor bajo el manto de su amor. Y creo que la misión de nosotros, los monjes, es precisamente la de bendecir a todos con mucho sentimiento de solidaridad: no porque nos creamos mejores, sino porque somos solidarios con los pecadores de este mundo".

Prólogo de Gabriella Caramore en el libro "Otra forma de vivir. Paradojas de la vida monástica".

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