Las "Edades del Hombre 2011" en Medina de Rioseco según Jose María Arévalo.

domingo, 11 de diciembre de 2011 17:10 By Territorios y Tesoros , In


De la edición que hoy cierra, repartida entre Medina de Rioseco y Medina del Campo, de las Edades del Hombre de 2011, ha sido para mí todo un descubrimiento la visita a la primera de ellas, en la riosecana Iglesia de Santiago de los Caballeros. Espero, mientras escribo estas líneas, visitar la de Santiago el Real de Medina del Campo los próximos días, ya les comentaré. Pocas Edades me he perdido, y sin embargo ésta de Rioseco, con su más reducida de lo habitual dimensión, y precisamente por ello, me ha impresionado especialmente. 

Casi todas las visitas a los museos de alguna entidad dejan la misma sensación de no haberlos podido disfrutar lo suficiente por falta de tiempo. Más de dos horas de visita saturan a cualquiera, por muy extraordinarias que sean las obras expuestas. Así que esta de Rioseco, que se ve pausadamente en poco más de una hora, aun deteniéndote en cada una de las maravillas que ofrece hasta contemplarlas todas a tu gusto, me ha dejado la impresión de plenitud del manjar debidamente saboreado.  

Antaño solo podía verse el interior de la Iglesia de Santiago de los Caballeros el Jueves Santo, cuando salía de ella la impresionante procesión del Mandato. Nunca olvidaré aquellos atardeceres violáceos, esperando delante del imponente templo la salida de los cofrades, que asombrosamente ocupaban un interior propio de un prado, con suelo de tierra y césped en el que parecía hubieran pastado las ovejas. Como, por aquellas fechas también, el claustro del Monasterio de Valbuena, hoy sede de las Edades, en el que sí recuerdo haber visto las ovejas pastando, incluso a punto de entrar en la sala con frescos románicos que da al claustro. Los acuarelistas nos quejamos de las restauraciones, que rompen el romanticismo de los monumentos ruinosos, pero qué hubiera quedado de ambos, de no haberse intervenido oportunamente. Gran acierto el de las Edades del hombre, rescatando tantas obras de arte sacro, “componente esencial de la riqueza patrimonial de la comunidad”, como destacó en la inauguración el director de Patrimonio de la Junta de Castilla y León, Enrique Sáiz, pues casi un 80% de la misma tiene origen en la religión y el culto. “Las Edades se han convertido –dijo- en «marca identitaria de nuestra comunidad. No hay ningún proyecto cultural que haya sido visitado por diez millones de personas en sus sucesivas ediciones».

Nunca tuve ocasión de entrar y contemplar las suntuosas bóvedas de la iglesia, esos arcos apuntados que sostienen las cúpulas barrocas realizadas por Felipe Berrojo a partir de 1672. Y el retablo mayor, de cinco calles, diseñado por Joaquín de Churriguera, con esculturas del riosecano Tomás de la Sierra, en la más pura tradición de la escuela castellana. Se ve desde la entrada, no queda oculta, por las mamparas que organizan la exposición, más que su parte inferior. Y así, asombrados por el conjunto, empezamos la visita a las 56 obras sobre la Pasión de Cristo, presentadas desde la perspectiva cronológica.

El acceso a la exposición está cortado por la primera obra, de notables proporciones, “La Sagrada Cena” de Venancio Blanco, del 2001. Es impresionante el conjunto de esculturas en bronce fundido a la cera perdida, pero sobre todo la expresividad de cada una, a pesar de la abstracción con que están realizadas. En las Edades anteriores me había parecido un tanto postiza la inclusión de obras contemporáneas entre tantas que ya son Historia, pero ya de entrada esta de Venancio Blanco me hace cambiar de opinión, vale la pena incluso que abra la exposición. Pero es que a continuación vuelven los autores modernos, Vela Zanetti, Victorio Macho, y varios más que ahora comento, y sé que en Medina del Campo también están incluidas importantes obras de nuestra historia próxima, sobre todo un Castilviejo que estoy deseando contemplar. Quizá sean, pues, estas Edades las que más obra contemporánea han ofrecido.

Otra Última Cena, la pintada por José Vela Zanetti en 1973, me deja de nuevo con la boca abierta. Como hicieran Fernando Gallego y muchos de nuestros primitivos castellanos, Vela Zanetti toma los personajes de los apóstoles, incluso el de Jesús, de modelos campesinos de nuestra tierra, con esa especial fuerza con que pintaba el gran muralista los rostros y las manos curtidos de los labradores castellanos. No sabía yo de la existencia de este óleo en la iglesia de San Juan el Real de Oviedo, me alegro mucho de que la hayan traído. 

De mi paisano Ricardo Flecha no tenía muy buen concepto, por el Resucitado suyo, un “musculitos” como se lleva últimamente, que se procesiona aquí, en lugar de la magnífica talla del XVII que sigue en la vallisoletana iglesia de Santiago. Sin embargo el escultor zamorano tiene en estas Edades dos obras espléndidas, sumamente expresivas, un Ecce Homo de 1990 en madera policromada y hierro, y una Piedad del mismo año en madera solo pero recubierta con resinas de poliéster y que, usando óxidos metálicos, genera una pieza con un elevado dramatismo. Las dos esculturas transmiten movimiento y una enorme angustia. Muy plásticas y conseguidas, me he reconciliado con Flecha Barrio, y entiendo ahora el éxito que está teniendo en toda nuestra región.

Por el contrario me gustan mucho más otras obras de Antonio Pedrero, el gran pintor, también zamorano, discípulo de Castilviejo, que ésta de la Verónica y Santa Faz, que se dice de un Vía Crucis del Arte Zamorano de 1991. Representa a la Verónica como una mujer de la comarca del Aliste, pero no tiene la fuerza que, como en Vela Zanetti y desde luego Castilviejo, caracterizan a los personajes de Pedrero. 

Extraordinario, como no podía ser menos, el Cristo de Los Corrales de Buelna que Victorio Macho tallara en 1926-1927, un crucificado de bronce patinado, que de alguna manera nos recuerda el hieratismo de los cristos románicos y tantos góticos, muy en el estilo del gran escultor del Cristo del Otero palentino.  

Ya que hemos empezado por los autores contemporáneos, vayamos hacia atrás, al próximo XIX, del que hay dos obras verdaderamente extraordinarias ambas de la tan brillante corriente historicista de la época. La primera que se presenta es “Llegada al Calvario”, un gouache en grisalla sobre papel que José Echenagusía Errazquín ("Echena") pintara hacia 1884, y que viene de la Colección del Santander, con magníficos efectos de luz y estupendo dibujo. “La Deposición de Cristo”, de Vidal González Arenal, de 1895, de gran formato, también destaca por el uso de la luz, que recuerda a los tenebristas, muy apropiado para reflejar la colocación del yacente en el sepulcro. 

El siglo XVII es, como era de esperar, el más y mejor representado en la exposición, con obras de los grandes maestros, algunas muy desconocidas, y otras, como la Oración del Huerto de Andrés Solanes (1628), antaño atribuida a Gregorio Fernández, que procesiona en Valladolid, y puede verse todos los días en la Iglesia de la Vera Cruz.  

De “la gubia del Barroco”, Gregorio Fernández, encontramos nada menos que tres obras, y muy representativas: el Cristo Crucificado (1620 – 1625) que atesora la vallisoletana Iglesia del Carmen de Extramuros -además de una maravillosa Inmaculada suya también-, un prodigio de naturalidad y serenidad; la famosa Piedad que participó en el via Crucis de la Jornada Mundial de la Juventud, y que estaba hasta hace poco en la Iglesia parroquial de San Martín, desde la que se procesionaba la noche del Jueves Santo y por supuesto en la General del Viernes. La tercera obra de Gregorio Fernández, la joya de la exposición, que se presenta en una sala para ella, es un Yacente que no concocíamos, el de 1627 del Convento de Santa Clara en Medina de Pomar, de Burgos. Algo más abigarrado que el del Museo de San Gregorio vallisoletano, con el pelo más ensortijado, pero no tanto como el madrileño del Pardo. Y como todos, una representación inaudita, tan próxima a la realidad que pone los pelos de punta. También Francisco Fermín, el fiel discípulo de Gregorio Fernández, esculpía unos yacentes más barrocos, en el sentido no histórico, como el de Zamora, que otros, más sencillos, como el del vallisoletano convento de Santa Ana, ambos atribuidos hasta hace poco al gran maestro. 

También encontramos una espléndida Dolorosa de Pedro de Mena (realizada entre 1679-1685), parecida a la del museo de San Gregorio y alguna otra más que hemos visto, ésta del museo de la catedral de Zamora. Y un Ecce Homo del gran escultor barroco, tan próximo a lo real igualmente, que parecen rostros vivos.  

Y otras muchas piezas del Barroco, el Cristo con la cruz a cuestas de Luis de Morales, traído de la Catedral de Salamanca; “El Prendimiento”, de autor anónimo relacionado con la Escuela de Utrech, que habitualmente podemos ver en San Felipe Neri, en Valladolid; un óleo de Pilato mostrando a Cristo al pueblo judío, de Andrea Vaccaro (1660) que posee el Monasterio de la Encarnación de Peñaranda de Bracamonte; una talla del “atado a la columna” de Sebastián Ducete (1611), de la Iglesia de San Gil, de Burgos; otro óleo de “La Última Cena” de Jacopo Chimenti da Empoli (1611) del vallisoletano Monasterio de las Descalzas Reales; etc. 

El patrimonio artístico de Castilla y León es famoso por sus tallas del Barroco, especialmente las que posee Valladolid en su Semana Santa y en su Museo Nacional de Escultura Policromada, pero del XIV al XVI tenemos yo creo que mucho más, y de tanta o mayor calidad, si cabe –que no cabe-, aunque más desperdigado. Han sido las Edades del Hombre ocasión única para descubrir tantas maravillas que nos legó el esplendor del reinado de los reyes Católicos, por ejemplo. También en Valladolid se recogen las principales obras del manierismo, ese movimiento trascendental en la Historia del Arte, al que hemos dedicado numerosos artículos en este blog, especialmente a Alonso Berruguete y Juan de Juni.

De Juan de Juni presenta la exposición, como obra central, el Cristo de la Expiación, de 1570, del convento de la Concepción del Carmen de Valladolid. Recuerdo haberlo visto alguna vez, pero tan mal iluminado, que no pude apreciarlo. Aunque de menor tamaño que el también de Juni que se recoge desde hace unos meses en el Museo de Arte Policromado de San Gregorio, y que siguen reclamando los mirobrigenses, pero tan impresionante como aquél, es este Crucificado vivo, que clama desgarradoramente al Padre, “Dios mío, por qué me has abandonado?”. Cristo de canon corto, en el que prima la expresividad sobre la anatomía, con un paño de pureza recogido en un nudo, más corto de lo habitual, que deja ver el cuerpo de anatomía potente, y una postura inestable del cuerpo, incrementada por la de la cabeza, que gira mirando hacia el cielo.

Otra impresionante obra, el Descendimiento del Señor, de Juan Picardo (1558-1560) traído del Museo de la Catedral de Valladolid, pero que pertenecía al retablo del Descendimiento de la capilla del regidor Alejo de Medina, de la iglesia de San Miguel de Medina del Campo. De 1520-1524, el “Llanto sobre Cristo muerto”, otra maravilla, un altorrelieve de Juan de Balmaseda, de la palentina Iglesia Santa Columba, en Villamediana (Palencia). Y de 1350-1370 un impresionante Crucificado, un Cristo gótico, de autor anónimo, que viene del vallisoletano Monasterio de Santa María la Real de las Huelgas . Junto a él otro Cristo, este románico, de la segunda mitad del siglo XII, de esquemática anatomía, un Cristo sereno y triunfante, sobre cuatro clavos, con un paño de pureza que le cubre hasta las rodillas, procedente de Gema (Zamora).  

También gótica, una Piedad de Villanueva de Duero, realizada entre 1409 y 1416, por un taller germánico, de las llamadas “piedades horizontales”, por la posición de Cristo sobre las rodillas de la Madre; así como “dulces piedades”, por el tratamiento del rostro de la Virgen, más joven que el de su Hijo. 

Y bastantes piezas más, todas de lo más interesante, para no perderse esta exposición, que hay que completar con la visita a las llamadas “iglesias catedralicias” de Medina de Rioseco, que vigilan esbeltas la Tierra de Campos, San Francisco, Santa Cruz, Santa María, que con esta de Santiago constituyen verdaderas joyas patrimoniales. Sobre todo, en Santa María, junto a la nave donde se guardan y pueden ver todo el año los pasos “grandes” de la procesión del Vienes Santo, hay que detenerse en la capilla funeraria de los Benavente, la conocida como 'Capilla sixtina' riosecana, decorada con estuco policromado y dorado, otro tesoro de nuestro patrimonio.

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